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Burdeles en Cuba: del reconocimiento a la decadencia
Siempre ha sido un negocio lucrativo
La prostitución es el oficio más antiguo del mundo. Es esta una frase que, de tantas veces repetidas, se asume como pura verdad. En Cuba existen registros donde reflejan el ejercicio de esta actividad desde el siglo XVIII. En estos “bandos de buen gobierno”, el Excelentísimo Conde de Santa Clara pedía a jueces y comisarios de policía prohibir el establecimiento de casas de prostitución, pues ahí se desarrollaban otras actividades ilícitas.
Siempre ha sido un negocio lucrativo. Además de la persona que ofrece sus servicios, existen otros factores como los sitios a donde se lleva a los clientes, los jefes, las bebidas, los juegos y demás elementos prohibidos, pero que en estos espacios tienen cabida.
Para 1873, el gobernador Antonio Pérez de la Riva dispuso que se cobrara una cuota determinada a las prostitutas que ejercían. Se tuvo un mayor control de estas, pues debían inscribirse en el Registro de Higiene especial de La Habana y, con lo abonado, se pagaba a médicos para que las revisaran y curaran de las enfermedades venéreas.
Como el negocio cada vez se expandía más, en 1888 se decidió agrupar las casas de prostitución en zonas específicas de la capital. Comienzan así a establecerse oficialmente los primeros burdeles. De manera general, los locales estaban en ruinas, con pocas comodidades y falta de higiene. Estaban ubicados en barriadas sin calles ni aceras.
Desde finales del siglo XIX y hasta inicios del XX, al instituirse el gobierno provisional, se establece la zona de tolerancia en el barrio de San Isidro, un recinto de vicio y explotación. Se crea un Reglamento especial para el régimen de la prostitución en La Habana y comienza la utilización de las accesorias (divisiones dentro de las casas; a veces solo mediaba una mampara de tela entre una pareja y otra).
Entre quienes vieron en este oficio una salida y una solución a sus problemas había españolas que arribaban a la isla engañadas, muchachas jóvenes mulatas, menores de edad y hombres.
La vida en los burdeles comenzaba al filo del mediodía. Sobre las 11 de la mañana se abrían las puertas de las casas y el hedor a mugre, sudor, alcohol y sexo de la noche anterior salía a la calle. Algunos hombres, afeminados, eran los encargados de higienizar los locales. Sobre las 6 de la tarde comenzaban nuevamente las faenas. Las mujeres debían permanecer en el interior de las casas; mientras, la patrulla policial se encargaba de prohibir el ofrecimiento de los cuerpos semidesnudos en la acera. Los hombres eran los que escogían.
Este negocio era complementado con los bares de esquina como el Café Felipe, Café Benito, El Delirio, el café La Noble Habana, el cine teatro Zazá (donde exhibían películas pornográficas) y los centros para bailes como el Marte y Belona, Havana Sports, Boloña y El Infierno.
Así continuó la vida en la Cuba republicana, hasta que, en 1959, uno de los primeros programas sociales que llegara con la revolución fuera prohibir la prostitución y reeducar a quienes la ejercían. Se cierran entonces los burdeles, hostales y centros nocturnos donde se ofrecían estos servicios.
