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José Martí y la advertencia eterna: “Nada queda de libertad, cuando emana de un partido”

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José Martí y la advertencia eterna: “Nada queda de libertad, cuando emana de un partido”

Cuba es el espejo más crudo de esa advertencia. Cuando la libertad emana de un partido, no es libertad: es simulacro

El PCC, el único partido permitido en Cuba, controla la vida de todos los cubanos. (Captura de pantalla @ Canal Caribe – YouTube)

José Martí, padre de la nación cubana y visionario de su destino, dejó una advertencia clara y profética: “Siempre es una desgracia que la libertad sea un partido”. Con esa frase, Martí nos colocó frente a uno de los grandes peligros de la política: la usurpación de la libertad por una maquinaria ideológica.

Cuando la libertad no brota del alma del pueblo, ni de su diversidad, ni del derecho plural, sino de la cúpula de un partido único, ya no es libertad. Es dominio. En Cuba, esta verdad se volvió trágicamente real.

Desde 1959, con la llegada de Fidel Castro al poder, el Partido Comunista de Cuba (PCC) se erigió como la única fuente de poder político, moral y legal. En 1976, la Constitución selló el monopolio con una frase lapidaria: “El Partido Comunista de Cuba, martiano y marxista-leninista, es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”. En otras palabras: todo emana del partido. Nada existe fuera de él. Ni derechos, ni libertad, ni ciudadanía real.

Así, la libertad dejó de ser un valor universal para convertirse en una concesión selectiva. El disenso fue criminalizado. La pluralidad de ideas, sofocada. La sociedad civil, intervenida. No hay prensa libre, ni elecciones auténticas, ni sindicatos independientes. Todo está encajonado dentro de una estructura que lo absorbe y lo subordina.

En Cuba, el gobierno mantiene un férreo control sobre los medios de comunicación, restringiendo la libertad de prensa y permitiendo únicamente la difusión de opiniones favorables al régimen. (Captura de pantalla @ Canal Caribe – YouTube)

El filósofo francés Raymond Aron advirtió: “Cuando todo es político, nada es libre”. En Cuba, esa politización absoluta ha hecho del ciudadano un súbdito. El Partido es juez y parte, fiscal y defensor, dueño y carcelero. La Constitución de 2019, pese a su fachada reformista, ratificó el unipartidismo, cerrando nuevamente la puerta a cualquier camino de alternancia.

El drama no es solo político: es humano. Las libertades culturales, económicas y religiosas también han sido restringidas bajo el imperio de una ideología oficial. Si un artista no canta lo que el Partido aprueba, es censurado. Si un empresario no se subordina al control estatal, es aplastado. Si un ciudadano piensa diferente, es vigilado, acosado o encarcelado. Y así, la libertad deja de ser una vivencia y se convierte en una nostalgia.

Martí no habló por hablar. Fue un pensador de su tiempo y de todos los tiempos. Entendía que el poder sin límites es una amenaza constante. Que la libertad, si no se protege desde múltiples fuerzas, instituciones y conciencias, perece bajo el peso de una sola voluntad.

Cuba es el espejo más crudo de esa advertencia. Cuando la libertad emana de un partido, no es libertad: es simulacro. Cuando el Estado tiene ideología, el pueblo no tiene opciones. Cuando solo una voz habla, todas las demás son condenadas al silencio. Y en ese silencio, mueren la dignidad, la verdad, y el porvenir.

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