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Lis Cuesta Peraza es el rostro del oportunismo en la cúpula del poder cubano
Las intervenciones públicas de la “Primera dama” no son más que discursos huecos y desconectados de la realidad del cubano de a pie
La comunista ha sido objeto de constantes críticas y burlas debido a sus publicaciones en redes sociales. (Captura de pantalla © AMLO – YouTube)
Si algo ha caracterizado a la dictadura cubana es su capacidad para construir falacias y venderlas como verdades absolutas. En esa línea de montaje ideológico, uno de los personajes más recientes en la maquinaria propagandística es Lis Cuesta Peraza, esposa de Miguel Díaz-Canel.
Presentada como “doctora” y figura central en la cultura cubana, su imagen no es más que un reflejo del oportunismo, la impostura y la desconexión con la realidad de un pueblo que se ahoga en la miseria.
Lis Cuesta se proyecta como la “Primera Dama” de una nación donde el propio concepto de primera dama fue históricamente rechazado por el castrismo. Sin embargo, su presencia constante en eventos culturales financiados por el dólar extranjero y su ostentación de lujos la convierten en la encarnación de una nueva aristocracia socialista.
Mientras los cubanos hacen colas durante horas para conseguir un pedazo de pan, Cuesta se pasea con vestimentas costosas y joyas que contradicen el discurso de igualdad y sacrificio que pregona la Revolución. Sus intervenciones públicas no son más que discursos huecos, desconectados de la realidad del cubano de a pie.
Sus palabras, pronunciadas desde un balcón de privilegios, no ofrecen soluciones, sino insultos disfrazados de arengas ideológicas. Su intento de invertir la narrativa de la crisis nacional para culpar a enemigos externos, mientras disfruta de un nivel de vida inalcanzable para el cubano promedio, es una afrenta a la inteligencia y dignidad del pueblo.
Uno de los pilares de su estrategia ha sido la promoción de eventos culturales destinados a captar divisas. Bajo la apariencia de fomentar el arte y la identidad nacional, estos eventos no son más que herramientas para mantener a flote la estructura de poder, a costa del hambre y la desesperación de la población.
En manos del oficialismo, la cultura se convierte en un medio de subsistencia para la cúpula gobernante, mientras la base del país carece de lo más esencial. El lema propagandístico de que “la revolución pone al hombre en el centro” es una de las falacias más descaradas del discurso oficialista.
En Cuba, el socialismo ha sido un sistema de sacrificio impuesto, donde el individuo jamás ha sido la prioridad, sino la perpetuación del poder de unos pocos. Lis Cuesta simboliza esa paradoja: una supuesta “defensora” del pueblo que vive en una burbuja de privilegios, mientras ese mismo pueblo sufre escasez, represión y abandono.
El contexto en el que la hija del coronel Cuesta desempeña su papel de falsa benefactora es uno de los más críticos en la historia reciente de Cuba. La inflación galopante ha pulverizado el poder adquisitivo de la población, haciendo inalcanzables los productos básicos. Los precios de los alimentos y medicamentos se disparan, mientras los salarios permanecen estancados en una miseria institucionalizada.
A esto se suma el éxodo masivo de cubanos que, desesperados por la falta de futuro, arriesgan sus vidas para escapar del país. Familias divididas, generaciones enteras que ven en la emigración la única salida, y un régimen que, lejos de ofrecer soluciones, responde únicamente con más control y represión. En este escenario de crisis, el lujo y la ostentación de figuras como Lis Cuesta resultan aún más insultantes y revelan la brecha infranqueable entre la élite gobernante y el pueblo sometido.
Lis Cuesta Peraza es, en esencia, una oportunista dentro de un sistema que se alimenta de la mentira. Su figura confirma que el socialismo en Cuba no ha sido más que un experimento fallido, donde los que gobiernan viven con lujos y los gobernados, con hambre. Su discurso y su imagen son una broma de mal gusto en un país donde la desesperación es la verdadera protagonista.