OPINIÓN
“Eliminación de deambulantes”: la estrategia de Cuba para ocultar la indigencia

Al régimen no le preocupa la miseria en la que está sumida el país, sino la imagen que se proyecta al turismo internacional. (Foto @Periódico Cubano)
La noticia llega desde Matanzas como un puñetazo en el rostro de la dignidad humana. La gobernadora de esa provincia ha anunciado, con una frialdad burocrática que hiela la sangre, la “eliminación” —¡vaya palabrita!— de los llamados deambulantes.
Palabras vacías que intentan maquillar la brutalidad de una política inhumana, porque cuando dicen deambulantes, en realidad se refieren a los indigentes, a los olvidados, a los vencidos por un sistema que primero los margina y luego los esconde, como si fueran basura que afea el paisaje.
El plan, según las autoridades, consiste en reubicarlos en centros —eufemísticamente llamados campos de reubicación. El término evoca sin disimulo aquellos campos del siglo XX, donde el poder encerraba a los que estorbaban. Hoy, en pleno siglo XXI, Cuba recicla esa atrocidad, no para exterminar cuerpos, pero sí para erradicar de la vista pública la miseria que el mismo régimen ha creado y multiplicado.
¿La razón? “Evitar la mala impresión que causa al turismo”. Es decir, no es la vida de esos hombres y mujeres lo que preocupa, sino la imagen que Cuba vende al visitante extranjero. No son seres humanos, sino estorbos visuales que deben ocultarse tras los muros de una institución, para que el turista no vea lo que el comunismo no puede ocultar: el fracaso social, el hambre, la desesperanza.
Y no se trata de un caso aislado. Esta estrategia, por más edulcorada que la presenten, será aplicada en todo el país. Porque la indigencia crece a diario. Y si no es absoluta, es solo porque muchos cubanos sobreviven gracias a las remesas que llegan desde Estados Unidos, ese mismo país que el discurso oficial vilipendia, mientras el régimen mendiga dólares para mantener la farsa.

Los ancianos que no tienen familia en el extranjero están condenados a vivir de una pensión que no les alcanza para vivir. (Foto @ Periódico Cubano)
Pregúntenle a cualquier jubilado. Después de medio siglo de trabajo, su pensión es una estafa: 1.528 pesos cubanos, el equivalente a unos cinco dólares al cambio informal. Con eso, apenas puede comprarse 15 huevos al mes… o quizás un litro de aceite. La vejez en Cuba no es una etapa de descanso, sino una condena a la miseria. Es el Estado quien convierte al trabajador en mendigo, quien lo obliga a escoger entre comer o vivir.
Y, sin embargo, algunos —adoctrinados hasta la médula— aún defienden esta maquinaria de opresión. Lejos están de los tanques de basura, no por méritos del sistema, sino por el auxilio del capitalismo que desprecian. Son esos mismos que siguen justificando la pobreza, la represión, la desidia, creyendo que criticar al régimen es traicionar a la patria. No entienden que el traidor es quien calla ante el sufrimiento del pueblo.
Pero hay otro rostro de esta tragedia: el trabajo infantil. Niños vendiendo panes, ayudando en los mercados, empujando carretillas. Cuba, ese país que dice proteger a la infancia, permite que los pequeños se conviertan en fuerza de trabajo informal, víctima del abandono económico y de un modelo incapaz de garantizarles futuro.
El Artículo 32 de la Convención sobre los Derechos del Niño, de la cual Cuba es firmante, establece que los Estados deben proteger a los niños contra la explotación laboral. Pero en la Cuba real, la letra no vale más que el pan que no hay.
Todo esto ocurre mientras el gobierno sigue vendiendo la imagen de una revolución justa, de un socialismo humanista. Pero como escribió Aleksandr Solzhenitsyn, víctima del totalitarismo soviético: “La línea que separa el bien del mal no pasa entre clases ni partidos, sino por el corazón de cada ser humano”. Y en el corazón del sistema cubano no queda ya ni un rastro de bien.
Este plan de “eliminación de deambulantes” no es más que una cacería inhumana para esconder la verdad. No son las víctimas las que deben ser removidas, sino el sistema que las produce. Porque no son ellos los que afean a Cuba. Lo que afea a la nación es la mentira institucionalizada, la represión al disidente, la miseria disfrazada de resistencia y, sobre todo, la hipocresía de quienes se atreven a hablar de dignidad mientras entierran en vida a los más humildes.
