Crónica de un viaje a Cuba: Coppelia y su wifi

Para los cubanos Coppelia es la heladería más conocida del país. Por su céntrica esquina del Vedado en la capital cubana han pasado millones de cubanos y extranjeros, muchos de ellos usando sus clásicas sillas para degustar la variedad de sabores. Desde hace casi un año la heladería dispone también de un punto de wifi en su área de parqueo.

Hacía allí fui una noche calurosa de finales de julio. Tan pronto ingresé, lo primero que se ve es el parqueo sin un solo vehículo, las luminarias apagadas y un grupo de más de 50 personas distribuidas en los bancos de concreto con celulares, tabletas y computadoras iluminando sus rostros.

Según ETECSA en el país funcionan 421 “espacios públicos de conexión inalámbrica” o en otras palabras parques y plazas, sin protección contra la lluvia, el frío o las tormentas eléctricas. Son siempre zonas abiertas y desprotegidas como la misma señal.

En la entrada al parqueo y en un lugar oscuro, me encontré con el “wifitero” que en baja voz dice a cada nuevo visitante: “Wifi un peso la hora o tarjetas, una por tres o dos por cinco pesos”. En ese momento pensé que mis conocimientos de matemáticas no eran correctos. Una tarjeta que se compra en los puntos de ETECSA cuesta 1,50 CUC y es válida para una hora de Internet. Pues entonces cómo esta persona podía vender el servicio de Wifi a menos de su precio.

Al poco rato descubrí que el wifitero tiene una portátil que la convierte en router y da servicio a no menos de diez conexiones. Es decir con 1,50 CUC se gana 8,50 en el mismo tiempo. Eso sin contar que la tarjeta la revende, ya que muchas veces los puntos de ETECSA no tienen tarjetas, por lo que me vi obligado a comprarle una hora de Internet.

No es necesario sacar cuentas para comprender que los precios de la comunicación son elevados. Dos horas diarias durante un mes significarían 90 CUC, que equivalen al triple del salario mensual de un profesional. Mientras Internet se ha constituido en un derecho fundamental de las personas y en muchos países existen zonas gratuitas, en Cuba se mantiene como un lujo, que no todos pueden pagar.

La conexión en la wifi de Coppelia nunca superó los 100 kpbs y en el tiempo que enviaba un mensaje y recibía el otro me dediqué a escuchar algunas interesantes charlas.

Una pareja se comunicaba mediante video con un pariente y gritaban de alegría: “Tu hermana es una bestia en la cocina. Hizo un arroz con calne de puelco como el que ya no viene”

Detrás de mí un joven le decía a otro: “… ná mi helmano, anoche me empaté con una jevita de la yuma y dejé a la temba planchada”

De pronto el wifitero prendió un cigarro popular con un olor indescriptible que me obligó a levantarme de mi duro asiento y buscar otro, mientras la señal desaparecía por ratos. Divisé un espacio vacío detrás de una larga cabellera y me acomodé más rápido que la señal. La chica exhalaba un perfume Chanel 5 que atraía a un grupo de mosquitos que no tardaron en demostrar su enojo ante mi presencia.

En el nuevo muro de concreto donde me senté después de escapar de los mosquitos, la madre le preguntaba a la hija. “Mija cuando vas a quedar embarazada, quiero ser abuela, no te demores más, ya estás vieja, mira que te parí a los 17 y han pasado muchos años”.

Casi sin darme cuenta, mi hora de Internet expiró, no pude revisar el correo electrónico, pero no me molestó. Preferí divertirme con lo que escuché de los demás, que protestar por la hora gastada.