Ideología de género: un principio ‘woke’

La capacidad de percibir la humanidad en cada persona es un bien objetivo. Sin embargo, no comprender que la propia vida es una historia única y con un contexto particular es ignorante. (Foto © Periódico Cubano)

Por mucho que se quejen de que el “género” es una construcción social, muchas mujeres de izquierda exhiben rasgos que, de manera inherente, las predisponen a adoptar valores liberales o progresistas. Utilizo estos términos como marcos ideológicos, en lugar de referirme a su significado etimológico. Es real y contradictorio que muchos “progresistas” no parezcan particularmente interesados en el progreso.

La izquierda emplea como arma la tendencia de las mujeres a ser más solidarias y afectuosas. Manipulan las emociones que toda mujer ha experimentado en algún momento de su vida: la sensación de ser aprovechada, desposeída o tratada con condescendencia.

Aquellas mujeres que aún no se han liberado de la narrativa de ser la víctima, seguirán empatizando y apoyando a sus “hermanos y hermanas”.

La capacidad de percibir la humanidad en cada persona es un bien objetivo. Sin embargo, no comprender que la propia vida es una historia única y con un contexto particular es ignorante. Las mujeres deberían cuestionarse hasta qué punto la narrativa feminista es válida y cuán malévola es la supuesta masculinidad tóxica patriarcal.

Aunque hemos tenido algunos incidentes desafortunados con hombres, la mayoría somos comprensivos, amables y corteses. Por supuesto, muchos casos de machismo ocurrieron antes del surgimiento del wokismo izquierdista, pero siguen presentes.

Opto por recordar y centrarme en esas relaciones positivas: en el hombre bueno, el hombre de familia, y no en la sociedad demonizada que propone la izquierda para fragmentar a la familia.

Indudablemente, existen diversos tipos de hombres: buenos, malos y peores. Todo depende de la educación que reciben más allá de la manipulación ideológica del gobierno y de la izquierda. Esto se reduce a una palabra: educación.

¿Cómo nos educan?

Esa es la base natural de las preferencias ideológicas de las mujeres. La crianza incluye instituciones de la sociedad y la cultura, así como relaciones personales. No es novedad que nuestras instituciones incentiven en las mujeres jóvenes una identidad que promueve la desmasculinización de la cultura.

Las amistades, los mentores y los círculos sociales también ejercen una enorme influencia en la configuración de la visión del mundo de una mujer, particularmente durante su juventud adulta. Sin embargo, la relación más influyente y formativa que una mujer puede tener es la que comparte con su padre.

¿Entonces, por qué existe esta intención de la izquierda de distanciar o romper los lazos paternales? La respuesta es simple: debilitar y, si es posible, eliminar a la familia como eje estructural de la sociedad.

En gran medida, la confianza en sí misma, la autoestima y la autopercepción de una mujer dependen del vínculo paterno, especialmente en su relación con los hombres. Si este vínculo se rompe o es disfuncional, alterará fundamentalmente la forma en que muchas mujeres interactúan no solo con ellos, sino con cada persona e idea que las rodea.

¿Por qué la misma sociedad se esfuerza en liberalizar a las mujeres y a los hombres, convirtiéndolas en objetos sexuales y a los hombres en depredadores? La respuesta es simple y apunta a lo mismo: el interés de la izquierda en destruir los valores familiares.

Esto es, sin duda, la parte fundamental del plan: convertir a la mujer explícitamente en un objeto sexual, en un ente materialista que busca beneficios sin importar los valores y transformar al hombre en alguien sin compromisos filiales, que rechaza la estructura y busca solo la satisfacción personal.

La inoperancia de la familia como estructura, como eje de la formación integral del hombre como ser y, por ende, de la familia como vehículo fundamental de su proceso de formación, es evidente. La inducción de la izquierda hacia la mujer, la supuesta liberalización y la demonización del hombre llevarían irremediablemente a la destrucción de la sociedad.

Una sociedad sin estructuras y dividida solo puede conducir a la esclavitud. Mediante una supuesta libertad de derechos, nos conducen a la pérdida de la libertad.

¿Si el estado ha corrompido la sociedad, entonces el cristianismo es la solución?

Esto no excusa el comportamiento inmaduro tanto del hombre como de la mujer, pero sí resalta el papel imperativo que desempeña el cristianismo en la cultura occidental y la necesidad de seguir impulsando su revitalización, junto con otras instituciones y organizaciones sociales formadoras de carácter.

No importa cuán imperfectamente me ame mi padre. Saber que tengo un padre perfecto, que me ama perfectamente y no solo intelectualizar, sino sentir ese amor profundamente, es la sanación más profunda que uno puede recibir.

No hay culpa, enojo, ni resentimiento por lo que no tuve cuando era niño; solo una gratitud tan inmensa que me puso de rodillas. Ese tipo de gratitud cambiará fundamentalmente la vida de alguien. Eso es Dios.

El hecho de que soy quien Dios dice que soy, el niño perdido con una serie de relaciones fallidas y sueños no realizados que cambió todo. El hecho de que ya no soy yo, sino “Aquel que vive en mí” me permite avanzar en la vida sin las cargas del pasado y absuelto de la amargura.

Esto no significa que la vida ahora sea una paleta de arcoíris. Todo lo contrario, diría que se ha vuelto aún más desafiante. Sin embargo, ya no soy el único que responde a esos desafíos. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.

Artículo de opinión publicado bajo la Política de Renuncia de Responsabilidad de Periódico Cubano