DEPORTES
Mijaíl Tal, el genio de Riga: no sacrificaba su rey porque las reglas no se lo permitían
Tal no solo era un genio en el ajedrez, sino también un ser humano entrañable

Mikhail Tal fue un artista, un poeta del ajedrez, cuya obra sigue inspirando a generaciones de jugadores. (Captura de pantalla © Raoni Araujo – YouTube)
Tuve la fortuna de verlo en la Olimpiada Mundial de Ajedrez en La Habana, en 1966, jugando como segundo tablero de la Unión Soviética.
Tal era, sin duda, un genio, pero, más que eso, era un artista del ajedrez. Su juego estaba lleno de audacia, valentía y una creatividad desbordante que convertía cada una de sus partidas en un espectáculo. Confiaba más en su intuición que en una secuencia precisa de jugadas forzadas, aunque pocos podían calcular con mayor profundidad que él.
Su imaginación lo llevaba a territorios desconocidos para la mayoría de los jugadores. En una de sus partidas más memorables, enfrentando a B. Clause, anunció un mate en 16 jugadas. ¡La sala enloqueció! Ese era Tal: un mago, un visionario capaz de ver más allá de lo evidente, de desafiar las normas establecidas y de crear belleza en cada sacrificio.
En vísperas de su match contra el formidable Mijaíl Botvínnik, ocurrió una anécdota que reflejaba su ingenio incluso fuera del tablero. El campeón soviético le preguntó:
—¿Has estudiado mis partidas?
Tal, con su característica ironía, respondió:
—Pues claro que las he estudiado. Pero hay un problema… usted también las ha estudiado. Así que no me sirven.
Su frescura, su humor y su mente brillante lo distinguían dentro y fuera de la competición.
Después de una de sus legendarias combinaciones, alguien le preguntó si realmente había calculado todo hasta el final. Tal, sin inmutarse, respondió:
—No, pero me pareció interesante.
Esa respuesta encapsula su filosofía de juego: la belleza, la sorpresa, el caos controlado. Su genialidad radicaba en su capacidad para ver posibilidades donde otros veían obstáculos, en su osadía para lanzarse al abismo del cálculo y emerger con combinaciones que deslumbraban incluso a sus rivales.
Tal no solo era un genio en el ajedrez, sino también un ser humano entrañable. Poseía una calidez y un carisma que lo hacían querido por jugadores de todas las nacionalidades. En la Olimpiada de La Habana de 1966, una de las fotos más emblemáticas lo muestra junto a Bobby Fischer.
No es casualidad: Fischer mantuvo una relación de respeto y cordialidad con Tal y con Boris Spassky. Es que los genios se reconocen entre sí, y una rara cualidad los une: la pasión pura por el ajedrez, el amor por la belleza en el juego y una comprensión casi mística del tablero.
Mijaíl Tal fue más que un campeón del mundo, más que un gran maestro. Fue un artista, un poeta del ajedrez cuya obra sigue inspirando a generaciones de jugadores. Su legado no está solo en sus partidas, sino en la forma en que convirtió el ajedrez en un arte vibrante, lleno de emoción y sorpresa.
Tal sigue vivo en cada sacrificio audaz, en cada combinación inesperada y en cada ajedrecista que se atreve a jugar con valentía y creatividad.
Su vida personal también estuvo marcada por la intensidad. Su vida bohemia lo llevó a una muerte prematura. Murió en Moscú a la edad de 55 años, dejando cientos de partidas magistrales que hicieron que la historia del ajedrez perdurara para siempre.
