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Periódico Cubano

Carta abierta de un sacerdote cubano radicado en Valencia, España

OPINIÓN

Carta abierta de un sacerdote cubano radicado en Valencia, España

Creo, sin temor a equivocarme que seremos más fuertes para resistir las pruebas

Estatua de un angel llorando

“Por los que se han ido…”

“Se me fue sin que le pudiera acompañar”…“en casa siempre nos decía que, al llegar el momento de su partida, era su deseo tenernos cerca y ni la mano le pude dar” …“amaba su casa, su hogar y se nos fue desde una cama de hospital”… “no me pude despedir, ni decirle que le quería, ni darle las gracias por haber formado parte de mi vida y ahora siento que me ahoga el vacío y la soledad”…

Estas son algunas frases de personas que han perdido algún ser querido a causa de este virus. Familias que ya son cientos de miles inmersas en uno de los grandes dramas de nuestra existencia, “la muerte “. Esa realidad que, sin ningún tipo de clemencia, ha ahogado el corazón de muchos en el dolor, la angustia e impotencia. Miles de familias en luto por la separación física de una manera forzada de un ser que amaban. Familias que se resisten a dejarlos partir y que se dicen entre lágrimas “no estábamos preparados para esto” Y es que, para esto, por muy valiente que nos hagamos, nunca se está preparado.

A vosotros os escribo para decirles en voz alta, que vuestra tristeza la hago mía. Para decirles que vuestra madre o padre, que vuestra abuela o abuelo, esposa o esposo, que vuestra amiga o amigo, no son “números” como los cuentan algunos, sino “personas” que en vuestra vida fueron y seguirán siendo luz.

Es una situación límite, una desgracia. Muchas de estas personas que ya no están entre nosotros, tal vez fueron víctimas muchos de ellos de decisiones erróneas, de alguna mala gestión y falta de información ante un virus totalmente desconocido. Virus que hoy aún, seguimos intentando controlar y hacer frente.

Queridas familias, sé que os sentís triste, tenéis acumulada mucha rabia y la sensación de desamparo aún permanece. Muchos de vosotros no habéis hecho, ni tan siquiera habéis comenzado vuestro proceso de duelo. Fue todo tan de prisa, con miedo, protocolos, medidas, sin despedidas, sin oraciones, sin flores y ausente casi toda la familia. La verdad un poco surrealista.

Queridas familias, que vuestra conciencia quede tranquila que habéis hecho todo lo posible por no perderlos y sobre todo vuestro amor por ellos no ha menguado ni un instante. Por tanto, no os dejéis hundir por el rencor o la depresión. Ese ser querido no querría veros abrazados a la tristeza y pensar que un día, nos encontraremos con ellos y como dice la fe cristiana: “ya no habrá llanto, ni luto, ni dolor, sino paz y alegrías eternas”.

El Covid-19 ha cambiado la manera de ver el mundo; ha trastocado nuestras prioridades; nuestro estilo de vida ha dado un giro de 180º; psicológica y espiritualmente nos hemos visto obligados a forzar la maquinaria de nuestros pensamientos, de las emociones, de los sentimientos, sin ningún tipo de preparación o entrenamiento para hacer frente a algo tan grande y real al mismo tiempo.

Espero, que no sea un espejismo y que prevalezca lo positivo que estamos viviendo de manera intensa, en medio de la tragedia que rodea este momento histórico de nuestra vida.

Deseo, que prevalezca el humanismo y la solidaridad ejercida por muchos desde que comenzamos esta crisis, sin importar color político, religión, raza, cultura o sexo.

Quiero, que la sensibilidad ante la necesidad del vecino y hasta del desconocido continúe siendo un arma poderosa contra el egoísmo.

Creo, sin temor a equivocarme que seremos más fuertes para resistir las pruebas que podamos encontrar en el camino de la vida.

Doy por hecho, que, en nuestra convivencia, en este mundo la unidad y el amor es posible, a pesar de lo distintos que somos.

Esta crisis la pasaremos, pero de lo que no cabe duda es que esta pandemia ha puesto patas arriba nuestra sociedad, tu vida y la mía. Una vez leí que: “el ser humano es único, complejo y misterioso”. Así mismo no dejo de preocuparme por esta humanidad y de las diversas reacciones que unos y otros tendrán cuando todo esto pase.

Los que han muerto dejan un vacío en casa y en el corazón que nada ni nadie puede sustituir. Por eso pido a Dios que les de la fe, esperanza y la paz interior para afrontar con valentía este momento de dolor que os ha visitado. Con Esperanza, aunque sea con los ojos bañados en lágrimas grita a la señora muerte que no tiene la última palabra, porque al final el Amor triunfa… al final el Amor es quien salva.

D. Dubiel

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