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Crónica de un viaje a Cuba: Mi primera vez…… con los chavitos

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Crónica de un viaje a Cuba: Mi primera vez…… con los chavitos

La primera vez que tuve dólares en mis manos fue en 1992.

La primera vez que tuve dólares en mis manos fue en 1992, producto de un posgrado que impartí en el exterior. En esa época el dólar estaba prohibido, así que al día siguiente de regresar fui lo más rápido que pude al Ministerio de Educación (MINED) para entregar el 100% del contrato.

En cada esquina que paraba con mi bici me sentí señalado por la gente que pasaba alrededor y recuerdo que hasta un policía me detuvo para decirme que no podía parar la bicicleta en el cruce de los peatones.

En el MINED recibí un “generoso” 10% de lo ganado, pero convertido en una moneda del mismo valor al dólar, que todos la reconocían por “chavito” aunque oficialmente su nombre es otro. Como la tenencia del dólar estaba penado por ley, se entregaban a cambio los conocidos “chavitos” un dólar al estilo cubano.

Me encontré en una situación rara, tenía dos monedas cubanas en mi propio país. Una más fuerte, estable y que solo conseguía si viajaba al exterior, a pesar de ser cubano. La otra, la que se muestra en todos los documentos oficiales e increíblemente con mucho menos valor que la primera.

La lista de cosas por comprar con aquellos chavitos era más extensa que la cantidad generosamente otorgada. Decidimos en mi casa que debíamos mejorar el aspecto del congelador de nuestro refrigerador marca INPUD. Empezaría por comprar unas bandejas de picadillo de res y conservarlas durante el mayor tiempo posible.

Por esa época muy pocas tiendas estaban al acceso de aquellos afortunados que como yo recibieron tal “obsequio”. Era julio de 1992, los apagones de ocho horas ya estaban en la piel de los cubanos, por lo que tuve que hacer una planificación de mi viaje.

Salí a la tienda llamada Flora, ubicada después del famoso puente de hierro del río Almendares y donde supuestamente debían tener electricidad. Cuando llegué las neveras estaban vacías y una empleada al ver mi cara de frustración me dijo que fuera hasta la tienda del reparto Flores.

Casualidad en Flora no había picadillo, pero en Flores recientemente recibieron una carga con este producto. Tomé de nuevo la bici, enrumbé hasta 170, pero no por el camino más corto que siempre estuvo prohibido al paso de las bicicletas, sino por varias calles algunas con huecos memorables.

Llegué al dichoso Flores compré cinco bandejas de picadillo, con escasa refrigeración, ya que un apagón los dejó varias horas sin corriente. Envolví aquellas bandejas en varias jabitas, las cubrí con un viejo pulóver, lo guardé todo dentro de un maletín y salí presuroso a mi casa. Creo que, si Sergio Pipían, aquel fabuloso corredor de bicicleta, me hubiera visto, me invitaba al equipo de ciclismo.

Debía llegar a mi casa antes de las doce del mediodía, a esa hora tocaba reponer la electricidad y librarnos de las ocho horas sin energía eléctrica. Llegué como pude, deshidratado pero muy contento pues a los pocos minutos la luz debía llegar.

Saqué todo mi paquete, abrí el refrigerador, guardé las dichosas bandejas y me senté en el balcón de la casa, con el ventilador listo para ser encendido a las doce. Pasó la una, las dos, las cuatro y a las cinco la gritería de alegría de los vecinos me alertó de la llegada de la electricidad.

Conecté el refrigerador y aquella máquina descansada empezó a trabajar frenéticamente para enfriar las codiciadas bandejas. A las ocho de la noche, de nuevo la gritería de los vecinos, las malas palabras y los insultos me devolvieron a la realidad, sin corriente y mis bandejas apenas frías.

Al otro día aquellas bandejas no tenían un buen aspecto y con tremenda impotencia vi como mis primeros chavitos se envolvían en las mismas jabitas y fueron a parar al tanque de basura de la esquina. Así terminó mi primera vez con los dichosos chavitos.

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1 Comment

1 Comment

  1. Mario Clavero Rodríguez

    7 octubre, 2017 - 9:38 PM at 9:38 PM

    Estúpido, perdón que le diga así, pero como va a expresar que el 10 o/o de lo que ganó con su sacrificio y apartado de su familia y sabe quien en qué condiciones es una cifra aceptable o generosamente otorgada. Eso solo lo dicen las personas conformistas, miedosas y sin integridad.
    Cuando redacte algo escoja mejor sus palabras. Disculpe la sinceridad

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