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Libro de una periodista independiente causa revuelo en feria de La Habana
“Yo desconocía todo el espectáculo represivo que se armó en la Feria”
La Feria del Libro de La Habana ha pasado de ser un evento propiamente cultural, a convertirse en un lugar de encuentro, donde el hecho de que mucha gente se reúna crea condiciones para vender una gran diversidad de artículos, así sea por trasmano.
Un hombre, al que identificaremos como Silvio, llegó de Moscú hace 48 horas cargado de camisetas piratas de Neymar, Messi y Cristiano Ronaldo, material escolar y bisuterías baratas. Luego de tomarse un batido de mamey en una cafetería privada, cercana al Capitolio Nacional, camina hasta la calle Egido para abordar un ómnibus rumbo a la Feria Internacional del Libro de La Habana, emplazada en una antigua prisión de la fortaleza San Carlos de la Cabaña.
Como parte de su rutina diaria, dedica dos o tres horas al gimnasio y gana dinero importando pacotillas desde la zona franca de Colón en Panamá o los pulgueros de Moscú, “hace dos días estaba en Rusia bajo una tormenta de nieve terrible y ahora en Cuba hay un calor como si fuera verano”. Aclara que no va a la Feria a comprar libros, “si no a llevarle pacotilla a un contacto que tiene una mesa de vender afiches, camisetas de futbolistas y otras boberías. Voy a surtir al men, pa’que no le falte nada”, comenta.
Cuando el ómnibus enrumba con destino a la entrada principal del recinto ferial, el olor a fritanga, los juegos inflables que administran emprendedores privados y decenas de niños cabalgando a caballo reciben al visitante. Tres decenas de carpas coloridas, armadas con tubos de aluminio y tarimas de madera ofrecen comida criolla, refrescos y chucherías.
“Mucha gente que solo viene a la Feria a comer y pasar un buen rato. Es una pena que desde hace dos años, los organizadores no dejan vender cerveza. Pero siempre se encuentran particulares que la ofertan por la izquierda”, indica Danae, dependiente de una cafetería mientras asa mazorcas de maíz al carbón.
En un amplio parqueo, los visitantes comen en platos plásticos o apuran su pollo frito con las manos. Algunos traen sus bocinas de audio y arman una descarga a todo volumen del peor reguetón posible. Varios extranjeros que tiran fotos son asediados por un grupo de chicos que les piden chicles o caramelos.
En la paladar Doña Carmela, uno de los pocos restaurantes privados situados cerca de las Fortaleza del Morro y La Cabaña, por estos días la clientela se dispara. “Estamos a full. Quienes deseen reservar una mesa tienen que hacerlo con horas de antelación. Creo que vienen más a comer que a comprar libros”, expresa el capitán de la paladar.
En los alrededores de la Feria se nota la presencia exagerada de policías y militares. También agentes vestidos de civil que hacen rondas y miran de arriba abajo a las personas que entran a la Cabaña.
“Es habitual que haya un montón de ‘segurosos’ [agentes de la seguridad del Estado], pero hoy hay más, a lo mejor es que viene Raúl Castro a la presentación de un libro suyo en la sala Nicolás Guillén”, comenta un trabajador de la Feria.
El rumor es inexacto. Esa tarde se esperaban varios pesos pesados de la autocracia militar, para la promoción del Diario Perdido de Carlos Manuel de Céspedes cuya presentación estaba a cargo de Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad.
Como suele suceder en estos días de libros, los stands más concurridos son las editoriales extranjeras. Sobre todo las que venden a un peso convertible revistas de moda, cocina o chismes de artistas, con uno o dos años de retraso.
En una estrecha calle empedrada se ven mesas que ofrecen afiches de personas de Disney, estrellas del pop o futbolistas famosos. También camisetas, libretas escolares y agendas juveniles. Silvio, el tipo que vino del frío ruso, aprovecha y descarga con discreción desde una mochila la mercancía. “Es un negocio redondo. Mitad por mitad. Todos salimos ganando”, subraya.
En los pabellones de las editoriales estatales cubanas son pocas las novedades. “Es lo mismo con lo mismo. Libros recordando al Fifo, ladrillos filosóficos y bastante muela política. Fíjate tú lo mal organizado que está el evento, que un montón de libros y revistas chinas -país invitado en la edición de 2018- no fueron traducidos al español. Quién diablos va comprar libros en chino”, se pregunta David, estudiante universitario.
Una funcionaria señala que “los libros más demandados son Fabián y el caos, de Pedro Juan Gutiérrez, que voló como pan caliente. Y una reedición de Leonardo Padura, La neblina del ayer. Entre más de 4.000 títulos a la venta, son escasos los best-sellers”.
Numerosos editores coinciden en “que la Feria de La Habana se ha trivializado, la gente viene a pasear, disfrutar y comer. Las ventas de libros han caído”. Pero no aclaran que los libros de mayor interés y calidad en su confección son excesivamente caros para el bolsillo del cubano promedio.
“Es un abuso. Gasté 70 chavitos (pesos cubanos convertibles, equivalentes al dólar) en libros para mi nieta. Cualquier libro infantil cuesta de tres pesos convertibles hacia arriba. Y los de adultos ni se diga. Un diccionario especializado vale 80 fulas [cuc]”, se queja Olga, ama de casa.
Lo más notable ocurrió en la Feria la semana pasada y no fue recogido por la prensa estatal. Pasada las dos de la tarde, se esparció un rumor entre los visitantes que recorrían un stand mexicano. “Dicen que en la plaza central están regalando libros de una escritora contrarrevolucionaria, vamos pa’llá, que hay cantidad de gente”, le dijo una joven a otra.
En efecto, custodiados por cinco o seis agentes de la Seguridad del Estado y funcionarios del Ministerio de Cultura, al menos dos libreros españoles eran sacados de la Feria. Una empleada de la Editora Abril explica que “los españoles estaban regalando libros de María Matienzo. Ella fue editora de esta casa, pero ahora el Gobierno la considera contrarrevolucionaria”.
María Matienzo Puerto (La Habana, 1979), escritora, poeta y periodista sin mordaza, comentó a DIARIO LAS AMÉRICAS que supo del incidente por una amiga, pero “yo desconocía todo el espectáculo represivo que se armó en la Feria. Hace dos años decidí no asistir más. Incluso, no sabía que ese libro mío se iba a presentar ni a obsequiar de manera furtiva”, indica y puntualiza: “En efecto, el libro existe. Se titula Apocalipsis La Habana Americans are coming. Es una compilación de reportajes míos publicados en Diario de Cuba. La editora con la cual firmé contrato es española y se comercializó bajo el sello Guantanamera”.
En la Isla está prohibida la venta y circulación de textos de escritores y periodistas independientes. Tampoco pueden ser regalados. Los cubanos los leen clandestinamente, al estilo de los Samizdat en la era soviética. No hay otra opción.
Tomado de Diario de las Américas