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Chacumbeles: una historia de amor sin final feliz

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Chacumbeles: una historia de amor sin final feliz

José Ramón intentó rehacer su vida como agente de policía, pero añoraba sus días de gloria en el circo

Chacumbeles

Chacumbeles ganaría fama por sus proezas en los trapecios y en la cuerda floja. (Captura de pantalla © Memoriascubano.blogspot.com – Web)

El gran huracán de 1932 sorprendió a José Ramón Chacón Vélez en su casa de pobres en Santa Cruz del Sur, provincia Camagüey. Poco antes de que la penetración del mar arrasara su vivienda y provocaran la muerte de su padre, el joven pudo subirse a un frondoso árbol en su patio, junto a una perrita, y salvar su vida, según cuenta la leyenda.

Huérfano de padres, José Ramón decide partir hacia La Habana en busca de su sueño de niño, ser artista de circo. Ya en la capital, vendió flores en el Parque Central y tuvo oficios simples hasta que lo aceptaron como aprendiz en el circo más grande y popular de Cuba, el Santos y Artigas.

Allí fue discípulo de Bronislaw Konchisky, famoso trapecista polaco de quien José Ramón, ya con el nombre artístico Chacumbeles, tomó el relevo cuando el maestro se marchó a los Estados Unidos. Lola, la misma perrita con quien había vivido la experiencia más dura de su vida y con la que viajó a La Habana, también fue parte de su acto circense.

En lo adelante Chacumbeles ganaría fama por sus proezas en los trapecios y en la cuerda floja. Algunos le confieren la hazaña de realizar un triple salto sin red de protección. Ya establecido como figura del Santos y Artigas, el joven artista encontraría su mayor desgracia en el mismo lugar donde era tan feliz, algo más peligroso, incluso que un salto en el vacío: el amor.

El nombre de su obsesión era Ilona Szabó, conocida como La Muñequita Húngara por su gran belleza. De ella se enamoró Chacumbeles, quien sumó a la amante a uno de sus exitosos números.

Pero el amor duró poco, exactamente hasta la llegada de Harry Silver, a quien la leyenda describe como un negro de Mississippi que arribó a la isla huyendo de la discriminación en los Estados Unidos, o bien de un crimen. Silver era bailarín, cantante, malabarista y músico; un showman en toda regla. Rápidamente lo contrataron en el Santos y Artigas, donde conoció a la Szabó.

Silver y La Muñequita Húngara tuvieron un romance escandaloso y, por supuesto, Chacumbeles fue el gran perjudicado. Los rumores alrededor de este personaje convienen en que la desgracia se produjo cuando el trapecista ejecutaba su acto en la cuerda floja. En ese momento vio cómo los amantes se besaban y, al perder la concentración, cayó desde la altura. En el accidente murió su perrita Lola y Chacumbeles se rompió ambas piernas y las costillas. Jamás pudo volver al circo.

José Ramón intentó rehacer su vida como agente de policía, pero añoraba sus días de gloria en el circo, y a su único amor. Sumido en una depresión profunda, acabó con su vida de un disparo.

La historia del gran Chacumbeles, cierta o no, ha cristalizado en la cultura popular de Cuba, sobre todo por el éxito de la canción compuesta por Alejandro Mustelier en los años cuarenta, cuyo título, Chacumbele (así, sin la ese final), y la historia que cuenta, tienen puntos de contacto con la vida del pobre trapecista.

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