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El día después de Fidel: la “esquina caliente” no habla de pelota

OPINIÓN

El día después de Fidel: la “esquina caliente” no habla de pelota

El sábado 26 de noviembre los expertos no discuten de deporte: el tema es Fidel, su muerte y las aventuras que cada uno de aquellos corrió o se imagina

En la “esquina caliente” del Parque Central, a unos pasos de la estatua de José Martí, Este sábado 26 no se habla de béisbol, ni de boxeo o voleibol. Ni de ningún otro deporte. El tema de la acalorada discusión es la muerte de Fidel, anunciada por su hermano Raúl la noche del viernes 25 de noviembre de 2016. No hay espacio para otra polémica. Se habla del Granma, de los balseros, de los que “dicen que estuvieron en la Sierra (Maestra) o en el Moncada y no salieron de su casa”.

Como todos los días, los expertos (o sea todos) se atropellan, se arrebatan la palabra, con la misma pasión con que hablan de Yasiel Puig y su actuación con los Dodgers o del estrella de los campeones mundiales Rojos de Cincinnati, Albertín Aroldis Chapman (ahora con Yanquis), quien tira fuego desde la loma y tiene el récord del lanzamiento más veloz en Grandes Ligas (106.9 Mph), hoy los de la “esquina caliente” se cuelgan medallas de héroes de la revolución o de la resistencia unos y otros se las quitan de inmediato.

“Chico, yo estuve preso en México. Nos escapamos en una balsa, uno de los que íbamos murió en el camino, otro se quedó en México y a mí, que era el más joven, me devolvieron”, dice un cuarentón que lleva su boina con la visera al revés y de cuya espalda cuelga una mochila. “No compadre”, le responde desde la banca un sesentón que dice que no le cree. Manotean a milímetros de sus caras, parece que se van a devorar, pero finalmente no pasa nada.

La “esquina caliente” del Parque Central en realidad no es esquina, sino una banca de concreto en torno a la cual todo el día se discute, se grita, se molesta inclusive al contrario (que hoy puede ser el mismo que ayer se unió con el de enfrente para defender o atacar a otro cualquiera). El que no está impuesto a esta dinámica retórica teme que en algún momento alguien tire un piñazo (golpe), pero eso no llega. Hay una regla no escrita de autocontención. De la palabra, la gesticulación teatral y el manoteo no pasan.

El periodista –a quien luego los anfitriones le señalan que “alguien” le tomó fotos mientras grababa la discusión-, conversa con uno de los que más que discutir miran: “Aquí se habla de pelota, nada de política. Pura pelota y fubol”, dice el chaparrón y fornido interlocutor.

Hoy no me parece que estén hablando de beisbol, replica el reportero. “Si, puro deporte, pelota, nada de política”, insiste el hombre. Aquel sesentón que poco antes discutió con el supuesto sobreviviente de una balsa, lo secunda: “Puro deporte, nada de política”. La prudencia aconseja no seguir insistiendo.

El estómago también advierte que ya es hora de la papa. Vamos pues en busca de un paladar japonés donde nos han dicho que se come rico y no caro, el Nippon Shokudou, en una recóndita calle de Bernaza No. 62 entre Obispo y Obrapía. En el camino, la vista devora espectaculares edificios en ruinas, monumentos nacionales como el hotel Ambos Mundos y la droguería Johnson. La comida, por cierto, es muy buena. El periodista devora un yakitori.

Terminado el almuerzo, en la calle ya se vocea el Granma, que anuncia en primera plana la muerte del comandante en jefe: “¡Hasta la victoria siempre, Fidel!”, reza la cabeza principal, debajo de la cual hay una foto de Castro en uniforme de guerra. Otras notas dan cuenta de los avisos del Consejo de Estado y la Comisión Organizadora de los funerales del líder.

Los cubanos y nosotros también buscamos afanosamente un voceador. Nos topamos con uno, un negro alto y flaco ya entrado en años y de malas pulgas, pero que sí sabe hacer negocio y deja salir al pequeño capitalista que lleva dentro y hasta se hace de rogar: “Si se siguen amontonando, no hay naa”, advierte, pero todos estamos ansiosos de obtener el periódico. El ejemplar subió de precio y está a “como caiga el penitente”. A nosotros nos cuesta un CUC y pudimos venderlo hasta en cuatro a una persona que ya no alcanzó, pero finalmente no cedimos.

Tres horas más de camino –durante las cuales nos topamos con un afilador de cuchillos con la piedra de esmeril montada en su bicicleta y que se declara fanático de José Alfredo Jiménez- y cuatro latas de Bucaneros después, estamos de regreso al sitio de hospedaje.

La tarde ya ha entrado de lleno y La Habana sigue tranquila y callada.

La noche nos da para acudir a casa de Juan (así le llamaremos) que está como fiera enjaulada. Hoy cumple 15 años y había invitado a sus amigos y amigas de la cuadra a una reunión. Los bocadillos y el pastel de fresa están listos en la mesa, pero no hay música y los amigos apenas llegan, saludan, felicitan y se van.

La madre nos pide que vayamos a la parte de atrás de la casa porque –advierte- si vienen los agentes de la seguridad del estado la vamos a pasar mal. Conversamos, tomamos dos cervezas y comemos lo de la fiesta de Juan. El joven se lamenta: “Coñó, ya me jodí. Ahora en mis cumpleaños no va a haber música”. Y ya se sabe que un cubano no puede vivir sin música.

Así, sin música y en la banca de madera de una camioneta de una empresa del estado, cuyo chófer aprovecha antes de llevarla al encierro para dar servicio de taxi y ganarse un dinero, concluye cerca de la medianoche el día después de Fidel.

 

Artículo de opinión publicado bajo la Política de Renuncia de Responsabilidad de Periódico Cubano

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